Un día como otro cualquiera

Bajaba las escaleras hacia la panadería con cierta pesadez en las piernas. Había dormido fatal por culpa de las chinches y había habido un par de riñas en el callejón al que daba la ventana de mi dormitorio. Aún no había amanecido pero tenía que empezar a preparar los panes para cuando vinieran los primeros clientes. Me acerqué a a puerta y cambié el cartel de "CERRADO" por el de "ABIERTO". Descorrí las cortinas del escaparate para que entrara un poco de luz, pero entre que el día estaba nublado y hacía semanas que no limpiaba el cristal, casi no se notaba la diferencia.

Volví tras al mostrador y destapé la masa que había estado fermentando bajo un trapo. Quité con despreocupación un bicho que se había quedado pegado y suspiré. Fui a la parte de atrás, donde se encontraba el horno de leña y con alguna dificultad logré encenderlo. Mientras se calentaba, cogí un rodillo y empecé a trabajr la masa.